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Será por eso mismo que una extraña y remota memoria de especie le hace olvidar el curso de la historia y, ajena al devenir de lo accesorio o al versátil paisaje que alfombra sus pies, ignora el espacio y el tiempo, convencida de que el devenir es tan sólo la respiración de la eternidad y el mundo un edificio sin paredes, donde muebles, macetas, paravanes, configuran los habitáculos, según el gusto, capricho o necesidad de los moradores, que siempre son los mismos: el hombre, en cuya piel se mete la poeta, no sin antes haberle tomado la voz.
El hombre, sin embargo, ese hombre esencial y fundamental que alienta en la poesía de Dolors Alberola, sólo tiene de abstracto lo imprescindible. Su cuerpo, su cerebro, su ser social incluso, poseen fisonomía femenina, pensamiento femenino, vocación de mujer, de modo que, un buen día, hace ya muchos años, la autora decidió que su yo-lírico tenía que quitarse los morfemas y quedarse desnudo: desnuda, mejor dicho, con todas sus consecuencias, asumiendo una máscara literaria, a la que yo mismo he denominado en un estudio reciente lo vigoroso femenino: un alegato lírico a favor de la inteligencia, pues solamente ella supera diferencias de género y certifica la igualdad de mujeres y hombres por encima de cualquier contingencia. Lirismo y pensamiento son las fuerzas fundamentales que se aúnan en la poesía de Dolors Alberola. El primero se nutre de la interiorización de lo externo, en tanto que el segundo exterioriza lo interno. De aquí que en poema convivan sin fisuras, en total armonía, para expresar lo utópico, es decir, una cosmovisión trenzada en las verdades ontológicas que, sólo más allá de la mera razón, la mirada poética logra desentrañar.
Y, en medio, entre uno y otro, el lenguaje. La esencia del idioma fascina a la poeta que, al acercarse a ella, oficia un rito antiguo de mujer sabia y fuerte, de sacerdotisa al cuidado de ancestrales misterios. Y busca la belleza, más allá de las formas, porque todo lo hermoso nos conduce a la luz y ésta al conocimiento, a la eterna presencia de ese espacio ideal que soñara Platón.
El hombre, sin embargo, ese hombre esencial y fundamental que alienta en la poesía de Dolors Alberola, sólo tiene de abstracto lo imprescindible. Su cuerpo, su cerebro, su ser social incluso, poseen fisonomía femenina, pensamiento femenino, vocación de mujer, de modo que, un buen día, hace ya muchos años, la autora decidió que su yo-lírico tenía que quitarse los morfemas y quedarse desnudo: desnuda, mejor dicho, con todas sus consecuencias, asumiendo una máscara literaria, a la que yo mismo he denominado en un estudio reciente lo vigoroso femenino: un alegato lírico a favor de la inteligencia, pues solamente ella supera diferencias de género y certifica la igualdad de mujeres y hombres por encima de cualquier contingencia. Lirismo y pensamiento son las fuerzas fundamentales que se aúnan en la poesía de Dolors Alberola. El primero se nutre de la interiorización de lo externo, en tanto que el segundo exterioriza lo interno. De aquí que en poema convivan sin fisuras, en total armonía, para expresar lo utópico, es decir, una cosmovisión trenzada en las verdades ontológicas que, sólo más allá de la mera razón, la mirada poética logra desentrañar.
Y, en medio, entre uno y otro, el lenguaje. La esencia del idioma fascina a la poeta que, al acercarse a ella, oficia un rito antiguo de mujer sabia y fuerte, de sacerdotisa al cuidado de ancestrales misterios. Y busca la belleza, más allá de las formas, porque todo lo hermoso nos conduce a la luz y ésta al conocimiento, a la eterna presencia de ese espacio ideal que soñara Platón.